Llámame por tu nombre es una de las grandes
sorpresas cinematográficas del añoy elmayor desafío
interpretativo deArmieHammerhasta la fecha.
Conversamos con el actor en LosÁngeles sobre cine,
el verdadero significado del amory porqué tomar
riesgos es a veces la única forma de evolucionar.
Despierta el día en Los Ángeles.
Una de esas mañanas que
adelantan una luz vibrante
que se despliega desde la
orilla del mar hacia las colinas
que rodean la ciudad.
Mientras dejo atrás Sunset
Boulevard con sus negocios
aún por abrir (tiendas
de discos, restaurantes y
multitud de comercios de
comida orgánica, esa fantasía
californiana de la vida
saludable) ascendemos
las colinas de Hollywood
cuyas cimas representan los sueños conseguidos
por unos pocos, y que quizá se sostienen en los
cimientos de los fracasos de muchos más.
Avanzamos por Laurel Canyon hacia Oakdell
Road, nuestro destino final. El conductor, incluso
usando el GPS, se muestra algo confundido. Son
caminos estrechos y zigzagueantes con nombres
españoles (Doña Teresa, Doña Evita, Doña María…)
que esconden casas de ensueño y una vegetación de
eucaliptos y buganvillas que bien podrían ser los jardines
de cualquier ciudad de México o el Mediterráneo.
Estamos lejos en algunas cosas pero muy cerca en casi todas.
Al menos eso pareciera.
Entro en la casa donde ya ha comenzado la sesión de fotos
(varios miles de metros de construcción de cristal que descienden
suavemente por el jardín) ante la mirada aterrorizada
de nuestra productora cuando me ve encender un cigarrillo.
Mientras tratamos de decidir dónde apagarlo (aún se siente
el dolor de más de los 200 mil desplazados que provocaron
a finales del año pasado los incendios en The Creek, Rye y
Skirball) y, mucho más complicado, en qué parte de la basura
arrojar la colilla (hay cuatro botes y en ninguno algo tan sucio
como el tabaco parece tener acomodo), escucho al fotógrafo
pedir a Armie Hammer (Santa Mónica, California, 1986) —quien
viste unos jeans y una chamarra vaquera en los que encaja su
rotunda figura de un metro 96, músculos de quarterback, y unos
pies que han sido una pesadilla para el equipo de vestuario,
que no ha encontrado casi ningun calzado que le sirva—, que
se remoje en el agua de la alberca. Hammer, sin
dudarlo ni un momento, y ante las risas de todo
el equipo, se arroja vestido a la piscina.
Y eso podría ser quizá una metáfora de cómo
enfrentó el trabajo (o “desafío”, como él prefiere
denominarlo) de encarnar a Oliver, el estudiante
judío estadounidense de Llámame por tu nombre
(Luca Guadagnino, 2017).
A Hammer lo habíamos visto en varias cintas:
La red social, donde interpretaba a los gemelos
Winklevoss, en la que, para disgusto de su
compañero Josh Pence, el rostro que daba vida
a ambos era el del californiano; como coprotagonista
de El llanero solitario, como el espía Illya
Kuryakin en el filme The Man from U.N.C.L.E.
dirigido por Guy Ritchie, o en J. Edgar, donde
daba vida al asistente del director del FBI John
Edgar Hoover y tuvo que besar en la pantalla a sucompañero Leonardo DiCaprio… (“Siempre
me preguntan por ese beso, pero nunca por
las veces que tuve que disparar un arma”,
explica divertido). Pero ninguna de estas cintas
parecía situar al actor en la liga de los
grandes intérpretes de Hollywood. Fue una
producción pequeña la que lo ayudaría a acaparar
los titulares de todo el mundo.
Armand Douglas Hammer nació en el
seno de una familia extremadamente acomodada.
Aún hoy se puede rastrear por toda
la ciudad el legado de su bisabuelo, el magnate
petrolero ruso-judío Armand Hammer,
como el campo de golf homónimo situado
en Holby Park, en Beverly Hills. Durante su
infancia, sus padres, Michael Armand Hammer,
y Dru Ann Mobley, decidieron mudarse
con toda la familia a las islas Caimán, donde
el joven pasaría sus días “cortando cocos y
saltando por la playa”. Esa existencia idílica
tendría después un cierto peaje que pagar. A su
regreso a Estados Unidos se sentía algo fuera de
lugar. “Era socialmente inepto. No sabía lo que
eran los Lakers. No sabía lo que era Nirvana.
Tenía el pelo muy largo y un extraño acento”,
ha explicado en varias ocasiones.
Tras varios fracasos educativos y uno que
otro episodio de rebeldía postadolescente
(vendía revistas Playboy a escondidas y una
vez fue expulsado de la escuela por provocar
un incendio), decidió que su carrera, para
disgusto de su blanca y acomodada familia,
debía ser la de actor.
Y su gran oportunidad llegó con Call Me
by Your Name. Llámame por tu nombre era un
proyecto que había rodado por varias mesas
y que en principio iba a estar dirigida por
quien finalmente firmaría su guion, el aclamado
James Ivory, quien en Maurice ya había
filmado la historia de amor de dos hombres
enfrentados a los convencionalismos de clase
y la estricta moralidad victoriana. Basada en
la novela de André Aciman, el filme de Luca
Guadagnino sitúa a los dos personajes principales,
Oliver y Elio (interpretado por la última
joven revolución postmillennial de las pantallas,
Timothée Chalamet), en una tesitura
más amable pero que tiene el mismo tono
de descubrimiento sexual y sentimiento del
dolor por el primer amor perdido.
“Como actor te pasas la vida en las clases
o en los castings soñando con un papel que
suponga un verdadero desafío, que implique un
esfuerzo verdadero. Siento que ahora sí estoy
preparado para hacer otro tipo de papeles y
trabajar con directores que tengan una historia
que pueda ser un paso más allá”, nos explica.
La sesión de fotos ya ha terminado. El actor se
ha cambiado de ropa y viste ahora una sencilla
T-shirt, unos shorts y unos enormes tenis blancos
Nike. Incluso hemos grabado un video con
frases en español que no son nada sencillas de
pronunciar y que ha rodado con una gran seriedad
y un enorme sentido del humor.
“Me encanta ser actor. Estar en un set.
Rodar con Luca Guadagnino ha sido el proceso
más hermoso. He experimentado un enorme
crecimiento como persona y como actor. Al
final se trata de rodar una historia de amor, de
las primeras experiencias de deseo en la vida.
Y tanto Timothée como yo queríamos expresar
no sólo la belleza de ellas, también honestidad,
la vulnerabilidad, el sentirse expuesto… Los dos
teníamos larguísimas conversaciones sobre la
vida, la filosofía… Aún las tenemos”.
-Desde luego, es evidente la complicidad
que los dos tienen en la pantalla. ¿Cómo describirías
a tu compañero de rodaje?
“Es un actor y un ser humano increíble.
No tiene ningún miedo a exponerse, a abrir
sus emociones frente a la cámara. En buscar
la perfección pero de una forma natural, nada
impostada. Como si todas las emociones
fluyeran de una manera sencilla. Y es enormemente
divertido”.
Desde luego se nota una enorme camaradería
entre ambos. En la película, en las entrevistas,
en las bromas que se hacen el uno al
otro, como cuando en un programa de radio
Chalamet de forma muy divertida hizo que
Hammer explicara que habían tenido que eliminar
digitalmente las joyas de la corona del
californiano porque estaba rodando con unos
“shorts too short”.
O cuando me explica que en su reciente
viaje a Italia, para mostrar de nuevo el filme
en Cremá, la ciudad italiana donde se rodó, al
final de las proyecciones (tuvieron que habilitar
varias salas porque se agotaron los boletos)
decidieron convocar por sus redes sociales a
todo el pueblo en la puerta de la catedral para
convivir con ellos tras la función, y a la cual
acudió todo el mundo.
Sí, parece que a Hammer le gusta divertirse.
Le gusta la vida. Si uno viaja por sus redes
sociales puede encontrarlo haciendo deporte,
sufriendo varias lesiones por lo mismo (me
cuenta que en una ocasión tuvo que pasar por
el hospital y hacerse una cirugía en el músculo
pectoral que le mantuvo durante meses “en una
zona muy oscura”), en los viajes que hace... Y
enseñar lo que parece una vida feliz pero no
impostada. Fotos con su esposa, la presentadora
de televisión Elizabeth Chambers, quien
nos hace una visita en la casa donde nos encontramos,
con sus dos hijos, y mucha, mucha
comida. Parece disfrutar de comer. De hecho,
en un momento en el que Nino Muñoz, el fotógrafo,
está cambiando luces, le sorprendemos
probando a escondidas la comida (sí, orgánica)
de un enorme plato del catering, y se ríe como
un niño atrapado en plena trampa. Más tarde
pedirá a escondidas un cigarrillo. California no
ha conquistado del todo con su estricto concepto
de vida saludable al actor.
Pero las redes también lo han metido en
uno que otro lío. “A veces se me va un poco
la lengua”, confiesa. Tuvo un encontronazo
con el actor James Woods, conocido por sus
posiciones ultraconservadoras, quien en su
cuenta de Twitter expresó su opinión sobre
la película: “Un hombre de 24, un chico de
17… A medida que silenciosamente eliminan
las últimas barreras de la decencia…”. La respuesta
de Hammer no se hizo esperar y tuvo
una enorme repercusión en las redes: “¿No
saliste con una chica de 19 años cuando tenías
60?”. Y me confiesa que trata de no buscarse
en Google por salud mental.
Aprovecho para preguntarle sobre la
situación que han creado los recientes escándalos
de Hollywood sobre acosos.
-¿Crees que el fenómeno #MeToo será
realmente un punto y aparte en la industria?
“No lo sé. Lo que sí sé es que quiero hacer
de este mundo un lugar mejor para mi hija.
Quiero que las mujeres cambien el mundo por
sus capacidades, por su intelecto, por su trabajo.
No porque sean unas superheroínas. Pero soy
optimista por naturaleza. Espero que todo esto
forme parte de una reacción en cadena que
permita a ellas su propio triunfo”.
Hammer tiene varios proyectos por
delante. Y todos parecen ser un paso más en
ese avance que le puede convertir en un artista,
algo más que una cara simpática: un biopic
sobre la vida de la jueza de la Corte Suprema
Ruth Bader Ginsburg, partidaria del derecho
al aborto y la igualdad jurídica de las parejas
homosexuales, dirigido por Mimi Leder, en
la que interpreta al marido de la jurista; y una
obra de teatro en Broadway, Straight White
Men, dirigida por Anna Saphiro, que cuenta la
historia de tres hermanos inmersos en episodios
de soledad y angustia durante una visita
a su madre viuda en el Medio Oeste durante
unas vacaciones.
-Vivir en Nueva York, hacer teatro, es un
profundo cambio en tu esquema...
- “Pero al final es lo que te decía. Es salir
de tu zona de confort, es enfrentarte a algo que
seguro va a significar un gran crecimiento
personal. Al final, sobre todo se trata de eso,
de correr riesgos”
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