El cineasta Francis Lee protagoniza uno de los más recientes fenómenos del cine británico. Su ópera prima, Tierra de Dios, ha superado incluso a Dunkerque en algunos cines del Norte del país, donde está ambientada la película. Historia de aceptación del amor y de la intimidad narrada a través de la relación de un granjero rudo y huraño y un inmigrante rumano, con ella Lee conquistó el Premio al Mejor Director en Sundance y el de Mejor Film Británico en Edimburgo.
Las colinas de Yorkshire y la áspera vida del campo envuelven al personaje de Johnny, un joven granjero descontento con su vida, que alivia su decepción con alcohol y sexo ocasional. En primavera, llega a trabajar a su granja Gheorghe, un inmigrante rumano, con él que comienza muy poco a poco a abrirse al amor. Los sonidos de la naturaleza manejados como instrumentos de una experimentada orquesta acompañan los cambios emocionales del personaje, interpretado por el espléndido actor inglés Josh O’Connor, a quien acompaña el rumano Alec Secareanu.
Lejos de la intención de erigirse como una película LGTB, en Tierra de Dios el problema no está en el sexo, que se muestra de forma muy física, no hay conflicto homosexual, “lo importante era enfocar la dificultad de enamorarse mucho más que la dificultad de ser homosexual”. Lee se aparta de los molestos tópicos del romanticismo y, como quien no quiere la cosa, demanda una mirada positiva sobre la inmigración.

¿Por qué se llama la película ‘Tierra de Dios’?

En mi zona la gente está orgullosa y lo llaman así. El título tiene un doble sentido, también puede decir que el cielo puede ser el que tú crees para ti.

Homosexuales en zona rural y ni asomo de homofobia, ¿no existe allí?

Es una película muy personal, aunque no es autobiográfica. Crecí en esa zona de Yorkshire donde he rodado, mi padre tiene ovejas… Y en mi experiencia en esta comunidad no he sufrido la homofobia. La gente de esta zona de Inglaterra no es el tipo de personas que se quedan de tertulia después de una comida, pero tampoco son de los que rechazan a alguien por a quién ama. Con ello no quiero decir que no haya homofobia allí como en todas partes, pero para mí lo importante era enfocar la dificultad de enamorarse mucho más que la dificultad de ser homosexual.

¿Eso también es personal?

Sí. La sexualidad no ha sido un problema para mí, lo ha sido enamorarme.

Y ahora me dirá que comprometerse con alguien puede provocar dolor.

Bueno es que si arriesgas, puedes quedarte dolido. Si no estás abierto, no vas a experimentar el amor, pero no te van a romper el corazón. Con la película quería decir que hay que abrirse al amor y aceptar que te quieran, hay que aceptar la intimidad.

Aunque no sea la intención, es una historia LGTB, ¿qué le interesa de estas películas?

No me interesan de forma muy especial las películas LGTB, ninguna puede representar a todo el mundo. ‘Moonlight’ no puede representar a todos los homosexuales negros y mi película no representa a todos los homosexuales blancos o inmigrantes. Este año se van a estrenar unas cuantas películas magníficas sobre relaciones del mismo sexo o con un personaje trans. Creo que hay que celebrarlo.

Usted muestra el amor de una forma muy física, ¿es así como lo ve?

Esta gente no habla de sus sentimientos. Quería una historia física porque es su forma de comunicarse. La abuela, por ejemplo, nunca le dice que le quiere, pero le demuestra su amor con la comida caliente. Es interesante ver cómo se va desarrollando una relación de forma física sin verbalizarlo.

¿Ha buscado, entonces, autenticidad?

Soy un absoluto enamorado de la verdad y de la autenticidad en las historias. Al contar historias me gusta a veces mostrar algo incómodo, pero que es verdad, y lo que sale de ello cambia la opinión sobre lo que se acaba de ver. Cuando hablan de las escenas de sexo como explícitas, yo no lo veo, lo que se considera sexo explícito en el cine para mí es muy normal. No intento impactar a propósito. Si creces con ganado, ves el ciclo de la vida todos los días. Quería ver eso en la pantalla porque así es como veo ese mundo.

El personaje que ayuda a Johnny a despertar es un emigrante rumano, pero usted no parece tener mucha intención de hablar sobre emigración.

La experiencia de Gheorghe de vivir en otro país le hace más prosaico, impacta en él. La decisión de abandonar su país está más procesada y se entiende mucho mejor a sí mismo. Tiene mucha más experiencia en el mundo y ha tenido que comprender a la gente, Johnny no ha salido de su tierra. ‘Tierra de Dios’ no habla de emigración, pero es una película en cierto modo política, porque Gheorghi es rumano y en el Reino Unido vive la xenofobia hacia él.
No en primer plano, pero trata usted el recambio generacional en el campo, ¿es éste posible?
Solo con interés en la granja y continuando como se ha hecho hasta ahora, es inviable, no se podría sobrevivir. Ahora hay que diversificar, especializarse o tener más tierra.

¿Comparte el gran sentido del deber que tienen sus personajes?

Bueno, tengo amigos que se fueron, como yo. A mí mi familia no me presionó para que me quedara en la granja. Pero de alguna forma sí me siento responsable, siento el deber hacia la gente que me importa y creo que haría por ellos cualquier cosa que hiciera falta.

A propósito de la tierra, usted es de esa zona, ¿eso le ha definido en su vida y en su cine?

De algún modo es como si yo fuera parte de esa tierra y ella de mí. Creo que sentía un deber con ella. Sí, soy el que soy por esta tierra, da igual dónde esté y dónde viva. Creo que todos somos lo que somos por el sitio donde crecemos.

¿Y cómo siente su tierra?

Cuando era joven, en la escuela tenía una profesora que fue muy inspiradora al leernos a Lorca. Nunca pude articular palabras sobre ese paisaje hasta que lo leí. Luego investigué y descubrí esa palabra que no existe en inglés y que tenía exactamente lo que siento por mi tierra.

¿Cuál es?

Duende.

Hay imágenes un poco duras para la gente de ciudad, como cuando despellejan al corderillo…

Eso se ha hecho siempre. Le ponen la piel de un cordero muerto a otro para que otra oveja adopte a ese cordero sin madre. Pero la idea era decir que de algo que ha muerto se puede extraer esperanza de vida.

‘Tierra de Dios’ tiene un excepcional trabajo de sonido, ¿quería marcar el estado cambiante de los personajes con los sonidos de la naturaleza?

Sí. Estoy obsesionado por los sonidos, a veces me evocan más emoción que las imágenes. Por eso me gusta usarlo para evocar emociones. Quitamos el sonido de rodaje en el montaje y orquestamos la película con el sonido de la naturaleza.

La película se ha convertido en un auténtico fenómeno, ¿cuál es la clave?

Sí. Hay gente que la ha visto cinco, seis, siete veces, y algunos fanáticos, hasta doce. Se ha formado grupos de personas que se conocieron viéndola y ahora hacen pequeñas salidas nocturnas. Y en mi ciudad, en Halifax, es la película más vista superando incluso a ‘Dunkerque’. Creo que la gente conecta con la historia de amor.